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sábado, 31 de diciembre de 2011

La NASA ha detectado la existencia de dos seres vivos a casi 200 metros bajo la capa de hielo de la Antártida.

   En plena oscuridad, un descubrimiento que altera las teorías sobre las condiciones en las que puede desarrollarse la vida.
   En un comunicado difundido hoy la agencia estadounidense asegura haber hallado un “Lyssianasid amphipod”, una criatura parecida a un camarón o gamba, y de unos ocho centímetros tamaño. Además, encontró lo que parecía ser el tentáculo de una medusa, de unos 30 centímetros.
   Un equipo de la NASA introdujo una pequeña cámara de vídeo a través de la gruesa capa de hielo y la hizo descender en la profundidad marina, donde reina la oscuridad.
   A unos 190 metros se detectó y se fotografió al crustáceo que, pese a su pequeño tamaño, ha logrado romper los principios establecidos hasta ahora sobre las condiciones extremas en las que puede haber vida.
   Hasta ahora los científicos creían que sólo unos cuantos microbios eran capaces de vivir en estas condiciones.
   El descubrimiento de la NASA podría llevar a realizar expediciones en busca de vida a lugares hasta ahora descartados en el espacio, como planetas o lunas congeladas.
  “Estábamos trabajando con la presunción de que no íbamos a encontrar nada”, dijo el científico de la NASA Robert Bindschadler, quien presentará el vídeo del descubrimiento en la reunión de mañana de la American Geophysical Unión. “Es un camarón que te gustaría tener en el plato”, bromeó.
   El científico matizó que el “Lyssianasid amphipod” no es exactamente un camarón o gamba, aunque sí es un primo lejano de esta especie.
Fotografía cedida hoy, martes 16 de marzo de 2010, por la Agencia Espacial Estadounidense, NASA, en la que se puede ver un “Lyssianasid amphipod”, una criatura parecida a un camarón o gamba, y de unos ocho centímetros tamaño, que fue hallado a casi 200 metros bajo la capa de hielo de la Antártida, en plena oscuridad, un descubrimiento que altera las teorías sobre las condiciones en las que puede desarrollarse la vida. Hasta ahora los científicos creían que sólo unos cuantos microbios eran capaces de vivir en estas condiciones. El descubrimiento de la NASA podría llevar a realizar expediciones en busca de vida a lugares hasta ahora descartados en el espacio, como planetas o lunas congeladas. EFE/



miércoles, 28 de diciembre de 2011

Antecesor común de animales y protozoos...

   Lo que un equipo de investigadores ha encontrado en China no es el LUCA, pero sí uno de sus descendientes, patriarca a su vez de una gran familia muy diversa que comprende a todos los animales y todos los protozoos. En otras palabras, es el lejano abuelo común que usted comparte con, por ejemplo, el parásito de la malaria, y que vivió hace 570 millones de años.
   Para entender qué representan estos fósiles hay que remontarse a hace 542 millones de años. En aquel momento, al comienzo del Cámbrico, se produjo una explosión de diversidad biológica en los mares que ha dejado abundantes huellas fósiles. Sin embargo, de sus antecesores apenas se sabe nada. Si los océanos del Cámbrico se llenaron de seres vivos, ¿quiénes eran sus antepasados? En 1998 llegó la respuesta, cuando el estudio de la formación rocosa de Doushantuo, en el sur de China, reveló un conjunto de microfósiles que parecían embriones. Su edad los situaba como los animales más tempranos.
   Pero al parecer, la interpretación de aquellos fósiles estaba equivocada. Uno de los autores del estudio que hoy publica Science, el británico John Cunningham, de la Universidad de Bristol, explica: "Hemos usado un acelerador de partículas llamado sincrotrón como fuente de rayos X. Nos permitió hacer un perfecto modelo digital del fósil que podíamos cortar de la manera que quisiéramos, pero sin dañarlo". Así, las estructuras celulares que observaron los investigadores indicaban que no se trataba de embriones de animales, sino de algo más primitivo.
   A la luz de los rayos X se veían las células individuales agrupadas en pelotas, que quedaron fosilizadas gracias a los sedimentos ricos en fosfato que las envolvieron. "Se han conservado hasta sus núcleos", apunta la coautora de la Universidad de Estocolmo Therese Huldtgren. Lo que allí se veía eran células parecidas a amebas que se habían dividido para dar lugar a dos células, luego cuatro, ocho y así sucesivamente, hasta originar cientos de miles de células similares a esporas. Pero los animales no forman esporas.
 La clave, según los científicos, está en que los fósiles Doushantuo que fusionan rasgos de animales y protozoos. Por tanto, se trata de antecesores comunes a ambos. Otro de los autores, Philip Donoghue, de la Universidad de Bristol, advierte: "Fue una sorpresa [...] Mucho de lo escrito sobre estos fósiles en los últimos diez años es erróneo".
 El fósil, con las células y sus núcleos (en amarillo).-

sábado, 17 de diciembre de 2011

Lucy, el primer ser humano de la Prehistoria...

  ¿Por qué la mayoría de los humanos somos algo idiotas a la hora de poner un nombre a algo? Sea una mascota, un niño en muchos casos o a un conjunto de restos humanos prehistóricos encontrados en Etiopía que datan de más de 3.5 millones de años.
Si, hoy presentamos la biografía de Lucy, el “primer” ser humano de la Prehistoria, y las comillas se deben a que no podemos decir eso pues muchos restos están apareciendo y pueden aparecer. Pero si bien el nombre Lucy no tiene nada de extraño, si lo tiene el por qué le han puesto dicho nombre.
  Es que el descubridor, el norteamericano Donald Johanson y el grupo de investigadores y colaboradores del mismo, estaban escuchando esa canción de Los Beatles y por ende al día siguiente, al descubrirla, le han colocado dicho nombre. Menos mal que justo era Lucy  la canción y no alguna otra que por allí escuchamos.
  Si bien se encontraron restos de otros contemporáneos a Lucy, ningún esqueleto estaba tan completo como el de nuestra amiga, de quien se poseen 52 huesos, de los cuales llama la atención su cráneo pues es muy pequeño, comparable con el de un simio.
  Pero la confusión queda disuelta cuando vemos la conformación de su pelvis, que nos indica que Lucy era bípeda, trasladándose en sus miembros posteriores representando así el gran signo de la hominización. Además nos queda claro cuando sabemos que perteneció a la especie Australopithecus afarensis, uno de los ancestros de los “Homo“.
  De sexo evidentemente femenino, su altura era de un metro y un peso de aproximadamente 27 kilogramos. También se dedujo que tendría alrededor de 20 años de edad a la hora de su muerte, guiándose los expertos para ello en las muelas de juicio que recién estaban surgiendo. También se pudo conocer que ha tenido hijos sin poder precisarse cuántos pues esto hasta el momento es imposible.
  Desde hace un tiempo, Lucy ha abandonado su país natal, y cuna de toda la humanidad, Etiopía para alojarse en Estados Unidos, no de negocios, sino para ser estudiada en profundidad en el Museo de Ciencias Naturales de Houston, en Texas y luego seguirá un tour por varias ciudades más en dicho país.
  Esto le sirve a Etiopía incluso pues se muestra como verdadero país cuna de la humanidad y da a conocer su historia que por algún motivo solemos ignorar y es muy rica sobre todo en lo que a Prehistoria se refiere.




Mitocondrias, ¿predadores domesticados?

   La célula eucariótica (con núcleo) es la estructura fundamental de los animales, las plantas, los hongos y una gran diversidad de microorganismos. El origen de este tipo de células complejas supuso una transición principal durante la historia de la vida en la Tierra. Las mitocondrias son las centrales energéticas de estas células y tienen antepasados que fueron bacterias de vida libre, antes de que establecieran una simbiosis con los ancestros de las células eucarióticas. La vida conjunta durante millones de años selló la asociación entre las mitocondrias y sus huéspedes transformándolos en partes inseparables de la misma célula.
  Una nueva investigación dirigida por Claudio Bandi, profesor de parasitología de la Universidad de Milán, mejora la reconstrucción de cómo sería el antepasado bacteriano de la mitocondria y sugiere pistas de cómo serían los pasos iniciales de la asociación simbiótica que originó la célula eucariótica.
   Esta investigación comenzó con la secuenciación del genoma de Midichloria mitochondrii. Midichloria es una bacteria que vive en simbiosis con la garrapata Ixodes ricinus, un parásito de importancia médica porque es vector de transmisión de diversas enfermedades infecciosas. Midichloria es destacable en el sentido de que es la única bacteria conocida que vive y se reproduce dentro de la mitocondria de la célula huésped.
   Además, Midichloria es un pariente evolutivo próximo a la mitocondria, cosa que significa que no solo es un simbionte de la mitocondria sino que es un “familiar próximo” suyo.
  Durante el estudio comparado del genoma completo de Midichloria con otros de bacterias similares, los investigadores advirtieron dos características diferenciales notables: la presencia de los genes necesarios para la construcción de un flagelo, una especie de cola microscópica que permite moverse a la bacteria, y de los genes para un aparato respiratorio capaz de funcionar a concentraciones de oxígeno muy bajas. La reconstrucción de la historia evolutiva de estos genes mostró que ambas características estaban presentes en el antepasado de la mitocondria.
  Las conclusiones de esta investigación permiten proponer un nuevo retrato robot del antepasado de vida libre de la mitocondria: fue una bacteria dotada de flagelo que podía vivir en ambientes con poco oxígeno. Esta imagen clarifica algunos aspectos controvertidos del origen de las células eucarióticas. La presencia de un flagelo nos permite de proponer un mecanismo de entrada a la célula para el antepasado mitocondrial, de manera análoga a como lo hacen muchos parásitos bacterianos actuales en los que el flagelo tiene una función activa, de propulsión durante la invasión celular.
  La capacidad de vivir en ambientes con poco oxígeno plantea la cuestión del ambiente en el que convivirían los antepasados de la célula eucariótica. Si como se ha creído hasta ahora, el antepasado de la mitocondria vivía en ambientes ricos en oxígeno y este gas era tóxico para el huésped, ¿cómo se habrían llegado a encontrar? Si como propone este estudio, el antepasado mitocondrial sobrevivía en ambientes con muy poco oxígeno, podría coincidir en sitios tolerables por los huéspedes primitivos, predecesores de las células eucarióticas actuales.
   Los investigadores valencianos que han participado en el estudio son Giuseppe D’Auria, Juli Peretó, Andrés Moya y Amparo Latorre, miembros de la Unitat Mixta Institut Cavanilles de Biodiversitat i Biologia Evolutiva (Universitat de València)-Centre Superior d’Investigació en Salut Pública (CSISP, Generalitat Valenciana).







FUENTE:Noticicias de la Ciencia // Biología